
Hola Rodrigo, ya sólo quedan siete días para que nos volvamos a encontrar. En mi viaje a Roma, he pensado mucho en nuestra relación, y por supuesto ya tengo una respuesta que darte. Sí, claro que me casaré contigo, en cuanto llegue a Berlín nos pondremos manos a la obra. ¿Qué te parece si nos casamos el dieciséis de septiembre, tras un mes justo de mi regreso a Alemania? Jajaja, ya me imagino como pueden ser las invitaciones:
“Quedáis invitados a la boda de Rodrigo y Susana, que se celebrará el próximo dieciséis de septiembre de 1960. ¡Os esperamos!”
Seguro que será una boda maravillosa. Pufff… estoy deseando llegar para estar junto a ti.
Muchos besos.
Te quiere Susana.
Hoy es dieciséis, dieciséis de agosto y Rodrigo se dirige al aeropuerto en busca de su querida Susana. Ella llegaría a las cinco y media aproximadamente, pero él ya llega tarde a su destino. Por suerte Rodrigo no había encontrado atasco, y por eso consiguió alcanzar su destino a tiempo. Nada más encontrarse, Susana soltó las maletas y ambos corrieron, el uno hacia el otro, para fundirse en un vehemente abrazo. Tras esta calurosa bienvenida, éstos se dirigieron a sus casas. Estuvieron toda la tarde hablando sobre su compromiso y justo al día siguiente ya tenían planeada toda la ceremonia.
Y así fue, el dieciséis de septiembre se casaron. De luna de miel, hicieron un fabuloso crucero por las islas griegas y Turquía.
Ese año fue el mejor de sus vidas, pero a pesar de que se amaban con locura decidieron esperar un poco para entablar una vida en común, es decir, para vivir juntos.
Hola mi querida Susana, siento no haberte escrito durante mi estancia en Londres, pero debo decirte que el nueve de agosto regreso a Berlín. ¿Qué opinarías si te dijese que este mismo mes de octubre me diesen un piso en el mismo centro de la ciudad? Bien, esta es mi propuesta, ¿nos vamos a vivir juntos? No me contestes por carta, el día de mi vuelta me respondes.
Un besazo.
Rodrigo.
El nueve de agosto todo se planificó. El mismo día de la entrega del piso, Susana y Rodrigo comenzarían su vida en común, pero algo pasó.
El trece de agosto de 1961 se vieron separados para siempre. Un extenso muro dividía Berlín, y a su vez a Rodrigo y a Susana. Un horrible gran bloque de hormigón había separado su amor. Sucedió lo peor que podía haber ocurrido. Ante esto no supieron como reaccionar, ni tampoco qué hacer. ¿Qué pasaría a partir de ahora? ¿Cómo se verían? ¿Estarían separados de por vida? Todo eso lo ignoraban… pero algo si sabían, que su amor no se iba a esfumar por culpa del muro de la vergüenza.
Un día, mientras Susana caminaba al lado del muro, recordando como fueron aquellos días de felicidad, se percató de que había una pequeña grieta situada en él. Marchó corriendo hacia su carta a escribir una carta para Rodrigo.
Rodrigo, he encontrado una pequeña grieta situada en el muro. Está justo en frente de nuestro árbol. Estoy deseando verte, así que podríamos quedar mañana a las seis de la tarde.
Besitos.
Susana.
Todo sucedió según lo previsto. Susana y su amado se encontraron a las seis y se pasaron las horas muertas hablando. Así era cada día, charlaban y charlaban sin cesar, siempre tenían un tema de conversación, y si no daba igual, se miraban fijamente a través de aquella grieta.
Pasaron los años…
Un bonito día de 1988 Rodrigo no acudió a su cita diaria, en su lugar fue una mujer. Tenía toda la cara repleta de arrugas, y llevaba un rostro algo preocupado. Era la madre de Rodrigo. Le dijo que estaba gravemente enfermo. Susana no supo qué hacer. Intentó por todos los medios atravesar el muro pero fue imposible. Al día siguiente Susana recibió una carta.
Susana, creo que sabes que te amo con locura, pero… te voy a dejar… Cariño mío, me muero, me dan muy poco tiempo de vida, como mucho un mes. Yo siento que cada día pierdo un poco de fuerza, pero sin duda, también percibo que mi amor por ti va en aumento cada día.
Te quiere y te ama.
Rodrigo.
Susana rompió a llorar, y pronto se vio cubierta en un mar de lágrimas.
Sus peores presagios se cumplieron. Rodrigo falleció un dieciséis de septiembre de 1988, el día de su aniversario. Ella lloró y lloró, pero nunca se dio por vencida. Salió adelante, por Rodrigo, por su familia y por ella misma. Un año después, el muro se derrumbó. Ese nueve de noviembre de 1989, Susana colaboró en su destrucción y una vez caído éste, acudió al lugar en el que su desdichado amado yacía. Fue por la noche. Se tumbó al lado de donde él se encontraba y contemplando el cielo recordó cómo fue aquel primer beso.
E.A., 2ºC

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