El acertijo (leyenda)

I
La noche comenzaba a ganarle la batalla al día sobre las lúgubres calles de Ávila, que a estas horas comenzaban a ser desalojadas.
Ávila es una bella ciudad arropada por los aires de la sierra y protegida por sus vetustas murallas. Estos días sus barrios nos habían ofrecido cobijo. Nos disponíamos a volver a nuestras habitaciones y tras cenar, a mí y a mis acompañantes se nos antojó jugar una partida a las cartas. Dudábamos si decidirnos por el mus, un juego en el que se gesticula y se dicen palabras como órdago o envido, o por el póker, cuyo objetivo no era otro que formar parejas dobles o simples, tríos y demás.
No nos decantábamos por ninguna opción y decidí proponer un problema a base de ingenio y lógica:
En un pueblo hay dos peluqueros, no hay ningún otro lugar cerca del pueblo para cortarse el pelo. Uno de ellos tiene unos enormes trasquilones en su cabeza y el otro lleva el pelo perfectamente arreglado. ¿A quién acudirías para quedar perfectamente peinado?
Nadie supo contestar y en ese momento alguien interrumpió el intenso silencio que rondaba la sala, para disponerse a contar una historia, y tal cual él nos la narró, yo os la desvelo con las siguientes palabras:
-¡Alabado sea Dios! Esto es imposible, no hay alma en la Tierra capaz de averiguar la edad de los hermanos.
- Veo que se rinde, bien pues que el siguiente curioso se acerque y pruebe suerte con uno de mis maravillosos acertijos.
Sin duda se trataba del “signore” Pireli, un italiano con aires de grandeza y genialidad, que obtenía dinero proponiendo los más complejos acertijos de ingenio, lógica y matemáticas.
Era un hombre mal trazado, seco, de cabello castaño y un ridículo bigote. Cada sábado se plantaba enfrente de la catedral con una mesa y las cuestiones en su mente.
Aprovechaba su picardía, para dejar desplumados todos los bolsillos de la gente de bien que terminaba de orar en la Casa de Dios.

II


Cierto día el “signore” Pireli, encontróse con la horma de su zapato, llevaba por nombre Cándido, y en su pueblo Navacepedilla de Corneja, localidad de la serranía de Gredos, le llamaban el “ratón colorao”, apodo éste que hacía honor a las virtudes del serrano.

-“Signore”, ¿dígame pues, cuál es aquel acertijo por el que todo el mundo se desvive? Tengo entendido que tiene que ver con unos hermanos.

-¿Así que usted se ve capacitado para resolverlo? Si no lo hiciere “io” me quedaría con su casa y tierras. Bien dice así:
Un “bambino” está hablando con su hermana. “Hermanita, si me quitara dos años de edad y te los diera a ti, tendrías dos veces mi edad, ¡y si te diera un año más tendrías el triple!”
¿Cuántos años tiene cada hermano?
-Mmm… me interesa pero, si yo respondiere acertadamente el acertijo, ¡Revélese como un farsante! Y afirme que sólo conoce un acertijo, puesto que vuestra merced redunda en el mismo.
-“Molto bene”, trato hecho; ahora bien, su respuesta es…
-Seis.
-¿Seis?
-Eso he dicho mi buen hombre, si es honesto reconózcalo públicamente mañana. ¡Farsante!

III

Al día siguiente, a la salida de la misa de las doce hallábase el “signore”, no con su mesa habitual, si no sobre un púlpito y a sus pies Cándido.
Ahí, delante de todo el pueblo de Ávila, el individuo se delató como el mejor farsante de los extranjeros que habían pisado la plaza de la catedral.

IV

-¡Iría al primero!
-¿Qué?
-Sí, sí que iría al primer peluquero que nombras, aquel de los trasquilones.
-Mi buen amigo amigo, claro que irías a ese, al igual que la gente que se para a razonar un poco.
Desde entonces todos los años nos reunimos y desvelamos nuestros más complejos acertijos.

E.A., 2ºC