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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo"
Óscar Wilde

domingo, 7 de febrero de 2010

Doloroso amor


Galopando sobre mi caballo, sentía como el aire chocaba contra mis mejillas.
No anduve mucho más, ya estaba anocheciendo, pero era incapaz de despedirme del hermoso paisaje que contemplaba. La verdad es que los bosques de Inglaterra son muy similares, muchos árboles y montones de flores en cada arbusto, aunque para mí éste era especial.
Regresando hacia palacio, me encontré a lo lejos un joven caballero, imaginé que sería alguno de los soldados de mi padre, es cierto que ser la hija de un rey no era ningun privilegio, tener veintitres años es como si tuvieses diez.
Pero me equivoqué, no era uno de sus soldados, era un esbelto caballero, sin armadura alguna, su tez pálida y su cabello dorado resaltaban junto a sus ojos color miel.
El momento en el que nos encontramos el uno frente al otro, un sentimiento extraño me empezó a revolotear en el estómago. Noté que a él le ocurría lo mismo, y los dos, avergonzados, miramos a un lado para no chocar nuestras miradas.
El silencio se prolongó durante un buen tiempo; hasta que al fin, poco a poco, sus labios se fueron separando con intención de hablar.
- Buenas noches... ¿podría preguntar su nombre?-.
- Mi nombre es Penélope-.
-Precioso nombre para una mujer como vos-.
Me había llamado mujer, era confuso, hasta ahora todo el mundo me había tratado como una niña.
-¿Y el tuyo?- dije.
-Leonardo-.
Nuestra conversación se prolongó hasta altas horas de la noche, no quería irme de su lado sin importarme el enfado que tendría mi padre.
Estuvimos hablando de todo un poco, ¿quiénes eran nuestros padres?... ¿dónde vivíamos?... ¿cuáles eran nueatras aficiones?... .
Cuando al fin volví , mi padre me esperaba en lo alto de las escaleras de la puerta principal. Tal fue su enfado que sus voces se oyeron hasta el otro reino, me castigó sin poder salir de palacio, aunque eso no fue impedimento para que yo siguiera saliendo.
Desde aquella noche nos estuvimos viendo todos los días, en ese momento era el mejor amigo que tenía, pero en mi interior sabía que lo que sentía por él no era sólo afecto sino mucho cariño y amor.
Mi padre no logró aceptarlo, al parecer nuestros reinos estaban enfrentados.
Con el tiempo ese amor se fue haciendo mayor hasta el punto de no poder esconderlo y tener que revelarlo.
Él sentía lo mismo, así pues, los dos, enamorados, decidimos dar a conocer nuestro compromiso.
En uno de los días en que Leonardo salía de caza con su padre, el mío lo aprovechó para anunciarme que nos iríamos a vivir a Castilla, con su nueva prometida, una de las tantas que se rendían ante sus aparentes encantos, ya siendo cierto que detrás de esos celestes ojos se escondía rabia venganza... odio.
No podía aceptar el hecho de alejarme de Leonardo. Sin embargo no tenía opción de escapar con él, iba escoltada a todos lados, llegaba el punto de tener que estar durmiendo teniendo en cuenta que tras las puertas aguardaban dos soldados y con las ventanas valladas. Era un infierno que no aguantaba más.
Los días pasaban y Leonardo seguía sin aparecer, ni una carta nada...
Hubo momentos en los que temí que él había dejado de amarme.
Pero una mañana, mi padre me dio la peor noticia que podía haber esperado, sus palabras me hicieron tanto daño que me quedé sin respiración. ¡Leonardo se había ido para siempre! No podía dar crédito a lo que estaba escuchando en ese momento.
Pasaron los meses, incluso los años y yo, desesperada, seguía esperándole si saber si estaba bien o mal, sin poder sentir el frescor de su aliento contra mis mejillas o sus brazos rodeándome, empujándome contra él.
Cada día era peor que el anterior; lo único que sentía era como la soledad y el dolor me iban abriendo poco a poco un enorme hueco en mi interior sin dejarme respirar.

A.T., 2ºC

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