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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo"
Óscar Wilde

jueves, 4 de febrero de 2010

La venganza vengada


- ¡Don Adolfo!, ayer mañana estuve regando mi huerta, todo parecía normal, pero había mucha niebla, y al ir a echar el agua al prao, me encontré en el camino con un destartalado carro de madera, ennegrecido por la lluvia, pues se notaba que aquel tenía más años que yo. El caballo que tiraba de él, iba a todo meter, desbocado, y era muy delgado, además en su gruesa piel negra dejaba ver a mis ojos dos trasquilones con unas iniciales con letras muy elegantes, para mí casi desconocidas, creo recordar que eran J.Z. el hombre que iba en el carro llevaba una vieja y agujereada capa de tan larga y aventurada como veloz carrera, era de un color negro, comido por el sol, como si fuera un hombre de importancia. Allí mismo me caí al suelo por el estruendo, y con el susto del chocar de las ruedas en la irregular piedra que cubre el camino, me caí cerca de la portera de tu prao Pontón, y me di en la cabeza con la piedra grande que pusiste para saltar la pared, en la que hay escritos textos en otro idioma, pero no se leer apenas el mío, contra más otro... En un santiamén oí el ruido del agua agitada golpeando las piedras, y miré, estaba allí, venía en estampida calle abajo. Por más que pude hacer, el agua me llevó como a un grano de arena, y no supe nada más. Cuando recuperé el conocimiento estaba tirado en mi prao, que ya estaba, como por arte del mismísimo Dios, ya estaba regado, con agua teñida de sangre.

- ¿Pero usted no vio nada más que nos pueda servir de ayuda?-

- Mire, alcalde, que yo no vi más, yo no miento, se lo juro por mi difunta madre que en paz descanse.

- Si yo le creo, no jure que es pecado, sólo era para documentarme mejor.

- De acuerdo, cuando sepa algo, no tiene más que ir a mi casa, se lo ruego. Vivo al lado de las cuadras de las puertas azules de Tomás.

- Eso haré, descuide, ahora mismo me pondré con este turbio caso.


El alcalde fue a ver las huellas del camino, pero con el agua de la riada, se borraron. Se acordó de la visita de dos hombres que fueron a hacer una inspección del estado del pantano, les sorprendió mucho tal obra de arte, que se interesaran por el constructor y el material. Llevaban prisa, y no se quedaron a comer como era de costumbre en actos como éste. El pueblo se enfureció tanto que llamó a la ciudad a través del teléfono, usando de portavoz al comerciante del pueblo, que era el que mejor vocabulario tenía de todo el pueblo.

Eso pasó justo hace dos meses, la discusión telefónica fue brutal, se decían de todo menos guapo. Habían sido ellos, habían esperado dos meses para que los ánimos se calmaran, se enfriasen, y pudiesen vengarse de tal pelea mantenida a distancia. Habían puesto una bomba en la compuerta. De lo bueno que eran los muros, sólo habían conseguido hacer un agujero menor que una persona, suficiente para montar la que montó.


- Bueno, ¿que te parece esto?

- Pues imagínate, mal, ¿y el tinte de sangre?

- Esos malhechores al ver tan buen ganado en los praos cercanos, no dudaron en pegarse un atracón, y el resto, muerto, lo tiraron a las verdes aguas del pantano, tiñendo el caudal de un rojo intenso.

- ¿Y ahora qué pasa? Esos canallas están por ahí sueltos, vete tu a saber lo siguiente que nos harán, ¡Válgame Dios!

- No te preocupes Ramón, buen amigo, que los bandidos han sido encarcelados en la ciudad, y muy asustados, los ignorantes, han echado la culpa al mismo juez.

- Pero ¿cómo se puede ser así de malo?, encima que miente, miente mal.

- Así es, bueno, no tengo más que decirte. ¿quieres venir a cenar esta noche al ayuntamiento? Vamos a celebrar la sentencia.

- Me encantaría, pero probablemente no pueda ir, me toca regar a las 2 de la madrugada, es que, hacéis de mal los horarios…

- Vale, no importa, lo bueno es que fuimos vengados.

- Sin duda, pero, ¿a que no vas a ir a regar por mi?

- No, tengo cena, bueno, con Dios.

- Venga, si ya lo sabía yo, pero por intentarlo que no quede, adiós Adolfo.


D.M., 2ºC

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